EL VESTIDO DE LA MUÑECA DE ADRIANA

En un pueblo de oro bajo tierra y miseria visible, una niña crea una obra maestra. Pero, ¿quién decide qué arte merece el reconocimiento? La dura historia del premio que el pobre solo gana después de su última muerte.

CUENTOS

Margoth Parra Villa

11/25/19924 min leer

La niñita antes de crecer, hizo un vestidito a su muñeca, ella veía, porque tenía unos ojos grandes, negros, vivos y sanos, que el vestido que hizo le quedó fenomenal. Que ninguna otra niñita de seis años lo hubiera hecho igual, aunque sabiamente sacado del inmenso overol roto de papá obrero de la mina lejana, áspera, huraña y sin mañana…

En esos parajes donde habita la niña, la tierra es indiferente e ilusoria: por debajo hueca, por encima resquebrajada, sin vegetación, sin agua. Pero sus habitantes sostienen que tienen mucho oro y aunque la miseria no huye por temor a ser aplastada por aquel extraño metal, los hombres continúan abriendo brechas, mientras las mujeres esperan ansiosas el día en que surjan chorros de sedas, cócteles, o noches rumberas sin final.

En cambio los niños inventaron juegos muy provechosos (para ellos), fingieron las fierecillas no saber nada, no entender, no saber valerse por sí mismos durante muchos años, mientras así ganando tiempo plagian el trajín de los adultos para minimizarlos y con risotadas e inocencias inventadas lo aplican a su antojo. Entonces unos se entretienen jugando a la guerra, pero se resisten a meterse en ella de verdad, procurando lástima y aduciendo ser seres indefensos y no saber nada de la problemática social; así que muy solícitos y caballerositos le ceden el turno a los grandes, otros en cambio semejan ser grandiosos mineros y abren enormes huecos en las paredes agrietadas de sus desvencijadas casas para luego al ser descubiertos salir en francachela carrera de huida del llamado de atención serio de su madre

Pilatunas de los niños que embarran las ollas grandes pretendiendo ayudar, pero tan pronto se les va a brindar comodidad y confianza para que lo hagan de verdad, ellos muy diestrecitos en las travesuras a seguir insisten diciendo: “Estamos pequeñitos y cansados, además las cosas son enormes”

Así que también Adriana, jugando a ser costurera atinó hacer un vestido hermoso con el roto overol de papá obrero

Pocos adultos de verdad le dieron mérito, los más cercanos como papá, mamá, familia y amigos, quizá por su buen amor y ternura excesiva, en sus apreciaciones exageraron; lo hicieron también algunos vecinos cercanos al círculo de Adriana pero sin exaltaciones, tal vez por respeto al sexo pequeñito.

A otros no les parecía gracia aquel esperpento llamado “vestido de la muñeca de Adriana”

Pasaron los años, Adriana creció y en un pequeño baúl encontró el preciado recuerdo de su inocencia perdida, cuando jugando a ser costurera, le saliera un vestidito que a su muñeca sirviera. Antes también, aún hoy le sirve.

Que extraño. O la muñeca no creció o el vestidito encogió…Esos son los pensamientos de la hija de Adriana quien hoy con once añitos intentaba hacer con el montón de chicles que en el día había masticado, una muñeca que le sirviera al vestido de la muñeca de Adriana, ya que ésta le parecía vetusta e insignificante. Ella solo veía bonito el vestido, lo admiraba de verdad, pero por esas cosas de niños, ya lo tenía sucio y fuera del cofre donde curiosamente reposó quizá esperando su merecido. Adriana en medio del dolor e inactividad de su cuerpo maltratado por la enfermedad, dejaba rodar dos lágrimas impotentes y deslucidas, intentando lavar con ellas su viejo tesoro, muchas veces dominando su dolor estiraba su blanca e inactiva mano sin lograr arrebatarle a su hija el vestidito y guardarlo seguro en su corazón, infructuosos sus esfuerzos no alcanzaron…

La malvada muerte cegó sus ojos temprano, tanto que aún no se había secado la última lágrima de sus ojos inertes. Entró a su velorio un señor muy serio que se le quedó mirando a la muerta también a la niña del rincón con una muñeca desteñida y ajada, pero miraba especialmente el vestido hecho de un roto overol de papá obrero de las minas del desengaño, del bullicio y las miserias….

Se acercó a la niña, la acarició suavemente y le prometió volver… Y otro día volvió y explicó a la niña que su madre aún ya muerta sería reconocida en el mundo entero, sería famosa y grande; querida y recordada, y recibiría premios y menciones. En los libros reposaría su nombre y su historia porque había dejado con ese vestido oculto en el fondo oscuro y misterioso del pequeño baúl una verdadera obra de arte y que esa maravilla debía conocerse y exponerse y anotarse en los anales del país, Que los niños y adultos ignorantes o cultos descorrerían el velo del anonimato resplandeciendo al fin el vetusto vestido de la muñeca de Adriana. El cual vestiría por fin a la muñeca torpe y ruda; cansada y sudorosa del trabajador ignorado y vilmente utilizado junto con sus fuerzas y su sangre y su sudor y hasta su carne que lleva milenios fabricando vestiditos de seda para las muñecas rosaditas, finas y de uñas esmaltadas del patrón

Lástima que Adriana no alcanzara su premio, su recompensa. Estaría inflada entonces de dicha, solo embellecería su rostro la alegría iluminada por el sol de la justicia. Ya pocas veces el infortunado pobre hace algo con suficiente mérito para ser digno de ser pagado con el costal de oro, ése reservado para la élite, para la minoría culta y de alta alcurnia que muchas veces fabricando tonterías o escribiendo estupideces, haciendo el oso consiguen premio de exportación


El premio del pobre reposa cansado detrás de su última muerte